La noticia de la muerte de Ángel
Larrañeta, recibida a distancia y por sorpresa, retumba en mi cabeza
como un mazazo. Ángel ha sido una de las personas más cabales que he
conocido. Siempre activo sindical y socialmente, ha desplegado en esa
actividad una apuesta a la vez tan arriesgada como sensata.
Quitándose
todo mérito solía decir que se dedicaba a lo sindical por eliminación,
porque no le gustaban los bares ni ninguna de las formas de evasión que
habitualmente nos atrapan. Y efectivamente era una persona austera y
ascética, cuyas única "aficiones" eran la montaña y la oposición a
cualquier forma de injusticia.
Esto
último lo practicaba de una forma instintiva, le salía de forma
natural. Otra de las frases que le he oído era que durante su etapa de
actividad laboral en VW, cuando existía alguna confrontación de algún
trabajador con un encargado "los pies se me iban para allá", tuviera o
no tuviera cargo o responsabilidad sindical en ese momento.
Aunque
los últimos años coincidimos en la misma organización, la CGT, lo
conocía de mucho tiempo antes y siempre me causó esa misma sensación de
viveza, de atención y respuesta inmediata a las injusticias, de olfato
adquirido para captar el momento y darle la respuesta más adecuada y
certera, sabiendo estar siempre bien posicionado y sin dejarse nunca
llevar a terrenos en los que perdiera esa posición.
El
llegar a ser compañero suyo en el sindicato fue una suerte, un lujo. En
las posturas en las que coincidíamos sus aportaciones eran siempre
enriquecedoras; en las discrepancias y discusiones era un rival difícil,
pero en ambos casos nuca le pesaba en lo más mínimo los afanes
personalistas y en ambos casos se mantenía siempre amigo y compañero.
Seguramente es la persona con la que más a gusto y enriquecedoramente he
discutido.
Era, además, persona
de sentimientos profundos que vivía intensamente. Recuerdo la muerte de
su hermano José Luís (también en accidente de montaña), y la más
reciente de su compañera Victoria. Ángel necesitaba darse tiempo para
rumiar el dolor, para incorporar a su vida el vacío recordado por la
reciente ausencia; necesitaba rehabilitarse lentamente sin concesión al
olvido, con fidelidad radical al recuerdo, sin perder un ápice de la
enseñanzas que emanan de esas situaciones límite.
Ángel
ha muerto en el monte, seguramente dónde y cómo él hubiera querido que
ocurriese. Para mí es una pérdida que siento hondamente y que me obliga a
expresar mi más sincero reconocimiento. Un abrazo.